El nieto de Juan Bosch explicó hoy las razones que lo llevaron a
quitar la foto de su abuelo del stand de escritores dominicanos
dispuesto en la Feria del Libro que había sido colocada al lado de
Joaquín Balaguer.
Matia Bosch Nieto del proferson Juan Bosch |
“¿No les
parece que ha sido suficiente el tiempo en que han estado en un mismo
altar víctimas y victimarios, asesinados y asesinos, humillados y
corruptores?”, preguntó Matias Bosch, mediante un documento enviado a
este medio.
“Entiendan.
Nosotros no queremos agredir a nadie. Ni siquiera a Joaquín Balaguer. Si
algo no ha movido a quienes han creído en una nación dominicana libre y
próspera es el odio, el rencor o el afán de protagonismo”, dijo.
Explicó que el hecho
de no querer que nuestros próceres – hombres y mujeres dados a la
virtud- estén al lado de malos ejemplos, de seres con conductas
reprochables, no es un acto de intolerancia.
“Entiendan:
nadie va a agredirlos ni ofenderlos. Concédannos el derecho a disentir
de este proyecto del que Balaguer es símbolo y que no vale la pena
aplaudir ni continuar. En eso podemos estar de acuerdo”, agregó Matías.
Aquí el texto íntegro:
Es casi un consenso nacional que existe una crisis de valores, que la
juventud dominicana –dicen connotadas voces- está arrastrada a la
inmoralidad, empujada por los ejemplos más ambiguos y nefastos. Es casi
un clamor generalizado enderezar el rumbo, y antes, mucho antes que la
música o los mensajes en las redes sociales, está preguntarse por la
noción de un pueblo sobre sí mismo, el espejo en que se mira, el
proyecto con que se identifica, los pilares en que se sostiene o sobre
los que se derrumba.
¿No les parece que ha sido suficiente el tiempo en que han estado en
un mismo altar víctimas y victimarios, asesinados y asesinos, humillados
y corruptores? Si la Banda Colorá’ es justificable: ¿qué reprocharle a
miles de jóvenes llevados a la delincuencia común por la grave crisis
educativa y del trabajo?
Entiendan. Nosotros no queremos agredir a nadie. Ni siquiera a
Joaquín Balaguer. Si algo no ha movido a quienes han creído en una
nación dominicana libre y próspera es el odio, el rencor o el afán de
protagonismo. Mucho menos de espectáculo. Desde Caonabó, Duarte y
Luperón, pasando por Las Mirabal, lo que ha habido en los buenos
dominicanos y dominicanas es pura capacidad de sacrificio, pura entrega y
cero exigencias individuales. Ninguno negoció nada por ambición
personal.
El hecho de no querer que nuestros próceres -hombres y mujeres dados a
la virtud- estén al lado de malos ejemplos, de seres con conductas
reprochables, no es un acto de intolerancia. Descolgarse, quitarse,
retirarse, sacarse, es antes un acto de humilde dignidad que de vanidad,
prepotencia o arrogancia. Y es un acto de libertad.
Entiendan. ¿No ha sido suficiente que nuestros niños y jóvenes se
eduquen viendo a Pedro Santana junto a los mártires y héroes
Restauradores? ¿Se imaginan ser familia de Amín Abel Hasbún, asesinado
en la escalera de su casa un 24 de septiembre de 1970, y tener una
estación en el metro al lado de otra designada con el nombre de quien
ordenó su muerte, amparó y premió a sus matadores?
Hay un Narciso González desaparecido hace 20 años, un 26 de mayo de
1994, y todavía no se sabe nada de él. Hay un Amaury Germán Aristy, un
Orlando Martínez, un Francisco Alberto Caamaño, una Florinda Soriano,
una Amalia Ricart Calventi, una Sagrario Díaz, un Otto Morales, los
cientos de asesinados en la Semana Santa de 1984, y los miles y miles de
ahogados y comidos por tiburones tratando de cruzar el Canal de la
Mona.
Están los Rafael Tomás Fernández Domínguez, los Juan Miguel Román,
los Jacques Viau Renaud: vidas entregadas a una ética diametralmente
opuesta a la encarnada por la dictadura de Joaquín Balaguer y su ejemplo
personal: “me salvo yo aunque se hundan todos”; la pobreza como destino
y la humillación como precio de una funda, una vez por año. Obedecer y
servir a un grupo, por encima de la soberanía de la mayoría, echando por
el suelo toda la doctrina de Juan Pablo Duarte.
Están los miles de haitianos asesinados en 1937, en una masacre que
el entonces futuro dictador se encargó de justificar y adornar, siendo
Subsecretario de Relaciones Exteriores del déspota Trujillo. Todo el
sistema de educación hostosiana que hubiese hecho de la República una
potencia científica, ética y cultural, y que el Dr. Balaguer, Secretario
de Estado de Educación, tuvo por encargo desmontar.
Comprendan. Es muy difícil hablar a los jóvenes en una escuela o un
aula universitaria sobre conceptos hermosos como “patria”, y a la vez
hacer como que nada pasa, al ver santificada la biografía de un
presidente impuesto en 1966 por una invasión extranjera. Es cuesta
arriba educar a las nuevas generaciones en el amor a la “democracia” y
explicar cómo, según el Congreso Nacional, su Padre fundador no son
Duarte ni Espaillat, sino el glorioso vencedor de los “mataderos
electorales”. Es difícil levantar la bandera de la Educación
inmortalizando un idílico país en el que, entre tiranía y supuestas
transiciones a la democracia, se mantuvo oprimido a un millón de
analfabetos.
Entiendan. Nosotros no censuramos, no prohibimos ni quemamos libros,
ni queremos desapariciones ni torturas ni destierros ni exilios.
Sencillamente no queremos seguir culpando a los jóvenes de un modelo
moral, político, económico y cultural catastrófico, del que son
víctimas, pero se les exige ser herederos y hasta pasivos admiradores.
Eso es demencial, propio de novelas de terror. Diez millones de seres
humanos no pueden superar una crisis valórica que radica en el tipo
antivalórico de país del que se les quiere convencer.
Es verdad: podrán mostrarnos que alguno de nuestros líderes, nuestros
parientes o nuestros símbolos aparecen en alguna foto con el señor
Joaquín Balaguer. Pero, en última instancia, por encima de esos líderes,
parientes y símbolos estamos los vivos y nuestros hijos. El pasado no
se administra; cada quien es dueño y responsable de su propia historia.
Esa es la grandeza humana.
Entiendan: nadie va a agredirlos ni ofenderlos. Concédannos el
derecho a disentir de este proyecto del que Balaguer es símbolo y que no
vale la pena aplaudir ni continuar. En eso podemos estar de acuerdo.
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